domingo, 24 de mayo de 2009

RELATO DE EDELMIRO GARDIA

Edelmiro García padeció una muerte axiomática, a consecuencia de la cual le enterraron a los tres días exactamente. Ni uno más ni uno menos.
Fue al cabo de tres semánas que el Juez ordenó la exhumación del cadáver para su posterior autopsia. Nadie se opuso, es más incluso hubo quien se alegró pensando que podría asistir al evento. Curiosear una autopsia como se suele decir. No era frecuente encontrar a nadie que hubiera podido asistir a una verdadera autopsia a excepción de los médicos forenses y de los protagonistas de la misma. Era una ocasión única en el pueblo, Edelmiro que jamás protestó tampoco iba a hacerlo ahora. Pero ante el disgusto de la mayoría se celebró a puerta cerrada. La ofició el médico forense titular ayudado por un estudiante de quinto de medicina que era una especie de becario sin recursos.
El por qué de tal decisión judicial no quedaba claro. Parece ser que alguien había hecho correr la voz que en la muerte de Edelmiro había algo extraño. Ya se sabe, en esos casos los jueces son muy rigurosos.
Cuando lograron sacar su cuerpo del montón de hierros retorcidos del camión que le cayó encima, parecía lo más natural del mundo que estuviera muerto como un salmón.
Hay que darse cuenta que un camión de 30 toneladas más el "trailer", cargado hasta los topes de hormigón, desde una altura de unos diez metros, presagiaba una muerte contundente si cae encima de uno.
Edelmiro había aparcado su bicicleta a motor a un lado de la carretera, había cruzado ésta y, despues de mear concienzudamente, se fijó en unas gladiolos silvestres que pacían ladera abajo. No lo dudó. En un arranque súbito de urdir un ramo para su santa esposa, descendió con cuidado de no resbalar. La gravilla y tierra suelta son peligrosas. No llegó a hacerlo, sobre su cabeza se oyó un rechinar de frenos, una blasfemia y el estrépito de un camión cuesta abajo en dirección directa hacia los mismos gladiolos. Coincidieron ambos a escasos centímetros de las flores.
La autopsia estaba prevista para las cinco de la tarde, hora taurina por excelencia, en el barracón, habilitado para el efecto, antiguo porquero y cuadra vacuna. El Ayuntamiento había cedido el local después de adquirirlo por un precio desorbitado, a su dueño, casualmente el mismo juez de paz que decretó la exhumación. Había sido cuidadosamente limpiado Casi habían desaparecido todas las telarañas De los inmemoriables "churretones" marrones, apenas se apreciaba nada. El suelo resbalaba aun un poco por lo que era aconsejable usar zapatos con suela de goma pero por lo demás, a excepción del olor, quedaba circunspecto. La intención era transformarlo luego en hospital y unidad de cuidados intensivos. La idea había sido sugerida por el médico. No hacía mucho que había sido destinado al lugar por culpa de unas oposiciones mal entendidas Traía ideas innovadoras, una calva incipiente y usaba ademanes científicos.
Cuando el bisturí, empuñado con mano firme, colaboró con las dos semanas que hacía que Edelmiro estaba enterrado y terminó de descuartizarlo, algo insólito centró la atención del forense. En las partes nobles del pobre Edelmiro aparecía una gracia doble. Desde dos únicos testículos diminutos, pendían dos penes flácidos y melancólicos. Uno por testículo. Todavía era posible apreciar un cierto color sonrosado que pugnaba por no ser viscoso. Era algo insólito, inusual, extraño. "- Seguramento son deformaciones genéticas, restos de un hermano siamés que nunca llegó a nacer - " comentó el estudiante. El forense no dijo nada, se limitó a pulverizar al estudiante con una mirada y siguió con su trabajo, al fin y al cabo el titular era él.
El resto de la autopsia no aportó gran cosa, salvo confirmar que Edelmiro estaba muerto y que su muerte había sido por "impacto traumático con objeto contundente".
Cuando el juez interrogó a Casilda, la viuda, una murciana entrada en carnes, algo miope y huérfana de toda la vida, ella se sorprendió. Argumentó que nunca se había fijado. Ante el habil interrogatorio del magistrado, reconoció que los sábados, cuando el débito matrimonial, Edelmiro siempre repetía.
Corrió la voz por la calle mayor, cruzó el pueblo, llegó por valles y montañas hasta la misma capital desde donde "Sanidad" mandó un equipo de expertos.
Volvieron los restos de Edelmiro a reposar en la fosa de donde le habían exhumado, salvo la parte científica que fue diseccionada, sumergida en alcohol y guardada en un tarro grande de mermelada de franbuesa que aportó la mujer del alcalde.
La comisión científico-investigadora volvió a la capital con el "objeto" motivo de investigación. Allí con los sofisticados medios modernos, podrían llevar a cabo un estudio en profundidad.
Nadie dijo nada, sólo Casilda adujo tímidamente que "aquello" le pertenecía por derecho. Prometieron devolvérselo en cuanto fuera viable, en el mejor estado posible.
Los días volvían a la normalidad, pero Casta López, esposa del boticario, levantó la voz.
Casta había vivido tiempos mejores hasta que se casó. Desde tan infausto acontecimiento, o quizás por eso, le había sido imposible conseguir algún orgasmo decente o humedad predecesora.
Al enterarse de las declaraciones de Casilda montó en cólera. Fue un despecho del que su marido soportó las consecuencias. Le achacó, primero, la precocidad y rapidez con que él daba cuenta de sus relaciones maritales. Era cierto, el pobre boticario no resistía más allá del tiempo que ella tardaba en quitarse un zapato. Antes de que ella intentara quitarse el otro, él ya había terminado y se tumbaba exhausto a fumar un cigarrillo. El segundo reproche hacía referencia a tamaños y medidas, para terminar lamentando el día en que se conocieron.
Genaro, no lo he dicho pero el boticario se llamaba Genaro, Genaro intentó enmendar entuertos. Luchó contra su presteza desde todos los ángulos. Antiguas recetas, fórmulas alquímicas ancestrales, consejos de sexólogos y videntes, todo fue en vano. Lo más que consiguió fue superar el segundo zapato, pero en cuanto asomaba la puntilla de encaje negro del sostén de Casta, Genaro se derrumbaba.
Intentaron la total oscuridad, pero el resultado fue todavía peor. La imaginación de Genaro era fértil y poderosa Ante la ceguera, brillaba con luz propia lo supuesto. El tacto de la sábana, el runrún de una cremallera, el frufrú de la seda, eran para él ,poderosos afrodisíacos.
La partida estaba perdida.
La envidia es mala consejera, con ella se duerme poco y mal. Casta urdía por las noches, ironías y sarcasmos, calumnias y mentiras en contra de Casilda, de su extinto esposo y de los hombres en general que se encargaba de difundir por el pueblo, al día siguiente.
Como suele ocurrir, el resultado fue totalmente contrario a lo que pretendía. Se inició la fábula, cobró vida la leyenda. Los atributos del pobre Edelmiro se glorificaron, se expandieron como características étnicas de la virilidad de los hombres de la comarca.
Cuantos hijos varones nacieron por aquellos días, fueron concienzuda y excrupulosamente examinados.
Más de una hizo correr la voz de que a su marido le ocurría lo mismo. Que lo había silenciado hasta entonces por falsa modestia y pudor cristiano pero que ahora pregonaba su orgullo e identidad racial.
Los hombres se expiaban mutuamente a hurtadillas cuando coincidían en urinarios y mingitorios.
Incluso el alcalde se devanaba los sesos para incoporar en su próxima campaña electoral algún eslogan que hiciera clara referencia al hecho.
Periodistas llegados de la capital comentaron en largos y sesudos artículos las curiosas particularidades de la comarca.
Un manantial de agua nauseabunda que se usaba como estercolero empezó a ser embotellada, etiquetada y exportada a todo el territorio nacional. Y lo que es peor, a ser consumida desaforadamente.
Cuando el cura párroco informó al arzobispado, la Iglesia tomó cartas en el asunto. Sobre todo porque ya se habían formado en el pueblo dos clubs rivales de fans y una congregación mariana con el nombre de Edelmiro. Se anunció la visita de un inspector eclesiástico llegado expresamente de Roma.
El aconteciemiento llegó, sin embargo, dos días antes de la visita de la curia romana.
Con precinto de seguridad, por correo certificado, a nombre del alcalde y de Casilda, "ex equo" , arribó una caja de latón cuidadosamente empaquetada desde "Departamento de Sanidad General". En sobre aparte se daba las pertinentes instrucciones de cómo debían ser enterradas en el "mismo lugar de su origen", los restos ya investigados que contenía la caja. No se daba más detalles.
El empleado de correos, devoto practicante, informó rapidamente al señor párroco. Su ayudante, ateo convencido, a Casilda y a cuantos quisieron oir la noticia. Fue casi inevitable que se redactara a toda prisa un pregón y se reunieran en la Casa Consistorial, el pleno del ayuntamiento con el alcalde a la cabeza, el sargento de la guardia civil y el señor juez de paz. Al boticario nadie le dijo nada.
Cuando Lucrecio, pregonero primero, salía con el edicto listo para vocear, la noticía había sido mucho más rápida y había congregado en la plaza mayor, a casi todo el vecindario.
El alcalde, flanquedo por el secretario y el segundo edil, asomó al balcón central de la "casa del pueblo" con la caja en las manos. Un vitoreo esordecedor le obligó a levantarla sobre su cabeza como si fuera la copa de Europa ganada por el Barça.
Una mujer de la primera fila, famosa antaño por su habilidad en el encaje de bolillos, se llevó las manos al pacho y se desmayó encima de un niño de primera comunión que también estaba por allí.
Dos filas más atrás, Roberta, la maestra y Doña Consuelo, la estanquera, daban señales inequívocas de que iban a hacer lo mismo de un momento a otro.
Un hombre con boina, a quien nadie conocía, levantó los brazos y empezó a cantar el himno nacional con voz gangosa.
Todo el pueblo se le unió con fervor. El sargento de la guardia civil se "cuadró" en actitud marcial y el alcalde con la caja en alto, sin saber muy bien qué hacer, permaneció firmes con la mirada al frente.
Fue en este momento cuando Don Antonio que desde su más tierna infancia andaba con muletas, las soltó con energía, ante el asombro de propios y extraños e inició los primeros pasos del milagro.
El himno nacional se tornó un "Salve Regina" iniciado por Roberta que al final no se había decidido a desmayarse. Doña Consuelo para no ser menos, inició un rosario, a grito pelado, naturalmente "misterios de gozo". Los desmayos se sucedían ahora sin ningun reparo. Algunos hombres se golpeaban el pecho con el puño, otros caían de rodillas, incluso alguno levitaba.
Don Severiano que con la sotana arremangada para dar ligereza a sus pies, acababa de llegar en aquel momento, intentó pedir mesura y tranquilidad al tiempo que buscaba una gran cruz de plata que siempre llevaba colgada al cuelo. Hoy, con las prisas, la había olvidado sobre el frigorífico eléctrico, regalo de feligreses en sus bodas de plata como sacerdote.
La voces de "¡'milagro, milagro!", acompañaban el subir y bajar de brazos del señor alcalde que no pretendía con eso otra cosa que dar flexibilidad a sus miembros que empezaban a entumecerse.
Al fin, empujados por la multitud, los restos pudieron ser depositados sobre el altar mayor, a pesar de unas tímidas protestas de Don Severiano. Dos números de la guardia civil fueron mandados a toda prisa, desde la Casa Cuartel, como escolta y protección.
Las reliquias no podían permanecer allí, tampoco podían ser ya enterradas en el olvido de una fosa.
Por orden expresa del Vaticano fueron trasladas a la basílica de San Juan de Letrán, donde están expuestas en una urna de cristal para devoción solaz de monjas y peregrinos.
Se rumorea que en el próximo Concilio ecuménico, Edelmiro será beatificado, quizás en un futuro incluso podría llegar a ser santo. Si esto ocurriera las reliquias sufrirían una evangélica trasnformación. Como manda la costumbre serían enfundadas en fundas de plata labrada para que los fieles llegados de todo el mundo pudieran besarlas sin que se deterioraran. La vida.

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