jueves, 8 de octubre de 2009

PERVERSIDAD Y GILIPOLLEZ A PARTES IGUALES

Creo recordar que ocurrió allá por los años cincuenta o así. Eran aquellos tiempos cuando mi pelo era hirsuto y rebelde y por las mañanas unas erecciones añoradas y persistentes le daban a mis días un encanto dicharachero y envidiable. Yo tendría pues la edad justa para asomarme al mundo de los adultos, sexualmente hablando. Eran unos tiempos difíciles para la rapidez de los lances amorosos y, complicados los idilios que el deseo adolescente se empeñaba en reiterar. El despertar de las mañanas evidenciaba carencias típicas de la época. Sin embargo el destino siempre te da una oportunidad o al menos te lo hace creer que ya es mucho. La mía se presentó un jueves o viernes, no recuerdo el día exacto, pero eso carece de importancia. Mi vecina de la casa de al lado, algo mayor que yo, no recuerdo tampoco su nombre, era dueña de una linda figura y de unos senos como petunias recién alborecidas. Tampoco recuerdo muy bien ni sus ojos ni su cara pero no se marcha de mi memoria su figura matutina a través de la ventana. Llegué a pensar que lo hacía aposta, eso de vestirse al trasluz, dejando que miradas indiscretas, entre ellas la mía, se beneficiaran del espectáculo. Lo cierto es que aquel día fue algo distinto. Quizás era porqué hacía mucho calor o quizás vete a saber por qué, el caso es que ella, cuando todavía su camisón cubría buena parte de mi objetivo, abrió la ventana de par en par, asomó y dirigiendo su mirada hacia donde estaba yo, se lo quitó con rapidez y se quedó quieta con su desnudez expuesta al exterior.
Su mirada y sus pezones me señalaban sin piedad y mi caballerosidad de desplomó hacia cimas de impúdica valentía. Sin pensarlo dos veces, salí al balcón con mi desnudez en firme prestancia. Así estuvimos unos segundos. Ella desafiante, ofrecida, yo con las rodillas temblorosas y mi incipiente virilidad mirando al frente. Creo que fueron sólo unos segundos que al recordarlo crecen en el tiempo. De pronto ella se agacho con rapidez y en décimas de segundo, en cuanto se incorporó de nuevo, un maretazo digno del Cantábrico me inundó como si toda el agua de una piscina se hubiera volcado sobre mí.
Cuando abrí los ojos asustados por la ducha fría, ella ya no estaba, había cerrado el balcón y bajado la cortina. Me quedé unos momentos hasta que me percaté que mi cuerpo mojado, allí, al aire libre, con el pelo chorreando y mis atributos en franco decúbito prono no eran buen ejemplo si alguien miraba. Me retiré y cerré también mi ventana. Fue mi primer proyecto de un buen polvo

No hay comentarios:

Publicar un comentario